Esta es la historia de un sueño y de la aventura que supuso el hacerlo realidad. Es la historia de noches sin dormir, del día que Murphy nos dio una pequeña tregua y su ley cayó sobre nosotros de soslayo, sin cebarse pero a la vez sin dejarnos escapar completamente ilesos. Es también una historia de amistad, de compañerismo, de casualidades y riesgos calculados, es la historia que casi no sucede porque los hechos se precipitaban sin control y a veces parecían descarrilar hacia una fatalidad insuperable. Esta es una historia que comienza en 1971 y de la que sólo os puedo contar el penúltimo capítulo, ya que apenas conozco los anteriores y los últimos están sin escribir. Vamos, que es la historia de cómo fui con dos colegas a pillar un Seat 124 Sport a Illescas, Toledo, desde A Coruña, chorbo.

EL PLAN

Un sueño cumplido.

Un sueño cumplido.

El Seat 124 Sport 1600 es el coche de mis sueños. No recuerdo ninguno circulando cuando era pequeño, solamente la miniatura de Guisval color naranja, así que cuando me empecé a interesar seriamente en los coches clásicos hace unos años, fue una completa sorpresa ver ejemplares del modelo en venta, aunque muy pocos y a unos precios bastante inalcanzables para mi modesta economía.

Sí tenía algún recuerdo de niño de ver algún 1800, y como era un coche que también me gustaba, llegué a considerar adquirir uno que se me puso a tiro en su momento, hará unos 5 años. Pero el influjo del 1600 y su fina línea italiana contrastando con la más macarra del 1800 me impedía dar el paso, diciéndome que era él o ninguno, que nunca me libraría de pensar en él y que sin él nunca hallaría satisfacción plena.

Así que me compré un Golf GTI mk2 y un Seat 124 D LS como el que hubo en tiempos en la familia. ¿Por qué? Porque los precios por encima de los 8000 euros de los Sport ejercían una presión tan grande sobre mi realidad que no dejaban espacio al sueño para en algún momento abrirse paso y dejar de serlo, y me vi esperando algo que no se realizaría y mientras tanto, no disfrutando de otros automóviles que también me gustaría conducir y que, estos sí, eran asequibles.

El salpicadero es uno de los quebraderos de cabeza de estos coches.

El salpicadero es uno de los quebraderos de cabeza de estos coches.

Durante unos años disfruté de esos dos coches, los cuidé, los usé, me llevé a los perros de viaje, aprendí las alegrías y los sacrificios que conlleva tener un coche clásico, aunque sea un modesto clásico popular, conocí el mundillo, a gente maravillosa, a otra no tanto, viví la extraña hermandad que se forma entre desconocidos a los que les une la pasión por un objeto mecánico demodé portador de historias personales.

Viví también la extraña sensación de que te traten como si te sobrara el dinero sólo porque tienes un coche de capricho, aunque sea el 4 latas destartalado de tu abuelo, y te intenten timar incluso personas que crees que te ayudarán porque están “en el mundillo”, aprendí lo que cuesta restaurar un coche, que no lo puede hacer cualquiera aunque cualquiera se puede ofrecer a hacerlo, aprendí a conducir con los 5 sentidos… aprendí tantas cosas. Si tuviera que describir la experiencia de estos primeros años como poseedor de un coche clásico en una palabra, ésta sería: disfruté… Pero lo que yo realmente deseaba era, algún día, disfrutar en un Sport 1600.

Mi Seat 124

Mi Seat 124 “Pamplona” en Mera.

Así que me lo tomé de manera pragmática. Aún pareciéndome inalcanzable por medios absolutamente realistas, pensé que también podría surgir un golpe de suerte en algún momento, y que si saltaba la liebre, tendría que estar lo mejor preparado posible económicamente hablando. Vamos, lo de que la lotería no te toca si no juegas. Así que puse en venta mi GTI y mi 124 Pamplona y esperé.

Y pasaron meses, y más meses, pero finalmente vendí el Golf a un holandés que podría escribir su propia aventura de venirlo a buscar a España en remolque, con un prominente capítulo para el papeleo administrativo con el funcionariado consular español y la DGT. Luego estaba el 124, un coche que había recibido un profundo -y caro- lavado de cara y que no sería fácil de vender a un precio justo tanto para el comprador como para mí, el vendedor, que tanto dinero me había gastado en él. Hasta que un día llegó la llamada telefónica.

MONEY MATTERS (el dinero importa / asuntos de dinero)

Revisando la mecánica.

Revisando la mecánica.

Hace unas tres semanas me llamó Ángel, un extremeño interesado en mi 124, o debería decir “convencido” más que interesado, pues hacia el final de la llamada telefónica donde le canté las muchas glorias del coche, puso fecha para venirlo a buscar y ofreció pagar una señal para reservarlo. Que si el coche estaba increíble en las fotos, que si había tenido uno igual el padre… en una semana lo venía a buscar.

Así, sin negociación ni nada. Los números empezaban a cuadrar, el dinero de la venta más el ahorrado me ponía a unos meses o un año vista de poder, quizás, cumplir el sueño del Sport. Pero decidí empezar a mirar precios para ver si el mercado había cambiado, cuántos se podían encontrar en venta, si merecía la pena irse hasta Italia a buscar un Fiat…

No es fácil encontrar un Sport 1600.

No es fácil encontrar un Sport 1600.

La primera búsqueda me confirma dos cosas: que los precios están por las nubes, más o menos sin cambios con respecto a hace 4 años, y que hay poquísimos a la venta. Sin embargo, en esa misma búsqueda lo veo: un precioso y originalísimo Coupe amarillo yogur de limón (técnicamente llamado amarillo man´o´war), en increíble estado de conservación pero que llevaba parado desde 2009; el precio, 7000 machacantes. Llamé al dueño más por escuchar la historia del coche y por ver si estaba abierto a negociar que con alguna esperanza real de que esa unidad en particular pudiera llegar a ser mía, pues el precio seguía estando lejos de mi alcance inmediato.

La llamada, sorprendentemente, acercó el coche mucho a mi alcance: el dueño, Mariano, estaba dispuesto a aceptar una rebaja bastante considerable del precio anunciado. Esta vez soy yo el que recibe los cantos de las glorias del coche, tanto las que saltan a la vista (como he mencionado, un estado de conservación y originalidad increíbles) como las que no (Mariano le hizo la tapicería completamente nueva el año pasado), pero junto con ellas es innegable que la máquina sufre algún defecto por causa de su falta de uso.

Me cuenta que el coche lleva prácticamente sin usarse desde el 2004 pero que se enciende con regularidad, que probablemente haya que hacerle frenos, que el grupo diferencial suena como un avión, y estéticamente, que tiene el salpicadero rajado. Eso sí, me avisa que otra gente ha mostrado interés y que tiene un posible comprador en Sevilla que se encuentra como yo, a la espera de recibir el dinero de una venta para poder cerrar el trato.

Trato hecho.

Trato hecho.

Colgué el teléfono a unos pocos cientos de euros del coche de mis sueños. Cierto que no había vendido el 124 y sólo había recibido una pequeña señal para su compra, y que aún con el dinero de la venta, aún estaba a otro par de cientos de poder permitirme la locura… pero un día antes estaba a meses, si no años de esa locura, y ahora me encontraba a días, siempre y cuando hiciera encajar las piezas y contara con un poco de suerte y la palabra de las personas, cosas que muchas veces son más frágiles que los salpicaderos de 124 Sport.

Contacté inmediatamente con mi amigo Rubén para que me hiciera el primer gran favor de los muchos que me lleva haciendo desde el comienzo de esta historia: ir a ver el coche a Illescas “aprovechando” uno de sus viajes semanales a Madrid por motivos laborales. Era sábado, y su viaje a Madrid el miércoles; tendría que ver el coche temprano por la mañana, antes de que tanto él como el dueño empezaran su jornada. Mariano me confirma que se puede hacer, y yo vuelvo a internet a empaparme de cada detalle del coche por las fotos de Milanuncios.

Me fijo en que los dos Sport que están anunciados llevan muy pocas semanas, parece que estos coches no duran mucho tiempo en venta si el precio es justo. Empiezan las noches de poco sueño, de excitación, de “¿y si?”, de imaginar todos los posibles escenarios en los que compro el coche y en los que se me escapa, incluso en los que renuncio pues nunca había gastado tanto dinero en un capricho. Pero entre desvelo y desvelo, me empiezo a hacer ilusiones.

CÓMO COMPRAR UN SPORT SIN DINERO EN MANO NI EN EL BANCO

El cuadro de instrimentos y su volante original.

El cuadro de instrimentos y su volante original.

Llega el miércoles, Mariano me había mandado ya algunas fotos detalladas del coche pero es ahora la opinión personal de Rubén, delante del coche, la que me dará la confianza para apretar el gatillo o no. A las 9 de la mañana primer SMS: “el coche a ralentí funciona a 3 cilindros”. Me cago en la leche, eso no puede ser bueno, por eso está tan barato, vaya pozo sin fondo, ala, a tomar por saco el 124 Sport amarillo man´o´war… pensamientos del que no tiene ni idea de mecánica y vive de ilusiones.

Cuando finalmente puedo hablar con Rubén, me aclara que puede que el problema no sea para tanto y que, por lo pronto, puede que nos sirva para rebajar aún más el precio del coche, ya que Mariano no tenía ni idea de que el coche tenía ese problema.

Veo muchas más fotos que saca Rubén, un par de puntos de óxido, algún cromado menos brillante de lo que debiera, algún rezume de líquidos aquí y allí, el salpicadero rajado por dos sitios, silentblocs de suspensión más marchitos que la cara de Tita Cervera… realmente lo esperable de un coche de 45 años que lleva 12 languideciendo en un bajo con humedades y lleno de telarañas. Lo malo, resulta que tampoco es tan malo y lo bueno, es muy bueno… conclusión, esa misma noche llamo a Mariano para hacerle una oferta, que acepta.

Éste es el mayor problema que tendré que afrontar, algún día...

Éste es el mayor problema que tendré que afrontar, algún día…

Así que el plan es que ese mismo sábado vendría Ángel de Extremadura a llevarse y pagarme el 124 y yo iría el sábado siguiente a Illescas con Rubén y otro amigo, Javier, donde haríamos el paripé con la grúa del seguro, me mandarían el Sport para Coruña, y nosotros tendríamos tiempo para ir a Desguaces Latorre y comer cochinillo en Arévalo antes de volver plácidamente a Coruña. Pagué una señal del 10% del valor del coche y por primera vez en 4 noches pude dormir.

Al día siguiente llama mi comprador extremeño. Que no puede venir el sábado porque iba a venir con un amigo y a aquél no le dan el día libre en el trabajo, pero que no me preocupe, que la semana siguiente libra miércoles y jueves y podrá acercarse a Coruña. Vendrá solo, pero le servirá para convencerse aún más de que el mío es el coche para él, para hacer los papeles y para pagarme el dinero, que es más de la mitad de lo que me cuesta el Sport. Contrariedad. Pánico aún no. ¿Qué son 4 o 5 días más? El coche está reservado y tengo unos días de margen entre que viene y tengo que ir yo a Illescas. Eso sí, lo de dormir ya tal…

Y llega el martes, y suena el teléfono, y es Ángel, calling from Badajoz. Y que “oye me sabe mal” y que si “basta que quieras planear algo y surge otra cosa”, y que enfermó un compañero de trabajo y tiene que substituirlo y que seguro seguro viene con su amigo ¡el fin de semana de la semana siguiente! Warning! Warning! Warning! Pánico, alarma, ¿que qúe? Le explico la situación, que cómo me cancela los planes dos veces, que ahora ya he pagado una señal, que ahora hay otra persona involucrada, que se venga igual el jueves, que le rebajo el precio del coche si lo viene a buscar esa semana pero ¡por favor, que venga!…

Los asientos están recién retapizados.

Los asientos están recién retapizados.

Tengo que decir que he tenido suerte de dar con una persona legal y que los dos plantones han sido por causas legítimas. Cuando lo daba todo por perdido y me veía llamando al dueño del Sport con el rabo entre las piernas pidiendo una prórroga (llamada que hubiera resultado realmente embarazosa y tensa pues él tenía pensado comprarse otro coche con el dinero que le pagara yo ese mismo fin de semana), Ángel me dio una solución: el sábado, cuando bajara a Illescas, podría subir él en su descanso entre turnos de trabajo desde Badajoz y quedar en un punto intermedio para pagarme por el 124 y firmar los papeles de la transferencia. Así, sin ver el coche en persona. Así, haciéndose 500 km entre ida y vuelta para quedar conmigo en una cafetería en Talavera de la Reina para que yo pudiera seguir camino y finalizar mi trato… y ya vendría a por su coche la semana siguiente.

FIN DE SEMANA EN SPORTAVENTURA

Destapando el tesoro.

Destapando el tesoro.

Así que el pasado sábado a las 4 de la mañana, mis amigos Rubén, Javier, y servidor nos subimos en mi Golf CL diesel Mk2 y, con menos de la mitad del dinero necesario para comprar un Seat 124 Sport amarillo man´o´war en el bolsillo, nos dirigimos hacia Illescas a comprar uno. La noche era fría y había mucha niebla en la carretera; dentro del Golf hacía poco menos frío que fuera, ya que el coche tiene el termostato averiado y aquella calefacción era gélida como el aliento de un moribundo.

No sería el último termostato en darnos un disgusto en el viaje. El coche iba cargado, además de con nosotros, de recambios del 124 para Ángel, incluidos los asientos delanteros, con lo que el espacio que quedaba libre en el asiento trasero era mínimo, pero íbamos a buen ritmo. Pasaban los kilómetros y las horas y el humor dentro del coche era bueno a pesar del madrugón: siempre es agradable hacer un viaje por carretera con amigos, hablando de coches, contando chistes, anécdotas…

En Ávila nos perdimos por un exceso de confianza mío y no llevar el navegador conectado, y tuvimos que desandar unos 30-40 kilómetros. En Talavera teníamos poco tiempo para hacer la transacción, ya que Ángel tenía que volver a Badajoz a cumplir con su trabajo de conductor de autobús, y las 11.30 era lo hora límite para volverse, con lo que el tiempo que perdimos no eran buenas noticias, porque se nos acababa el margen de tiempo con el que habíamos salido para evitar sorpresas.

El sueño se va haciendo posible.

El sueño se va haciendo posible.

Ya en Talavera definitivamente se nos acabó el margen de tiempo. Otra confusión, esta vez del navegador, unida a la mala suerte de que dos lugares tengan el mismo nombre, hizo que nos dirigiésemos al punto de encuentro equivocado. Esperamos aún otros 15 minutos interminables hasta que vimos por fin llegar a Ángel -vestido ya con el uniforme de chófer de su empresa para ganar tiempo- en su C-15 que había subido para recoger los recambios.

Cargamos la furgoneta, cruzamos la avenida y entramos a una cafetería, donde sorbimos unos cafés apuradamente mientras Ángel y yo firmábamos e intercambiábamos papeles. Luego, de un sobre sacamos el dinero para contarlo mientras cambiaba de manos ante la atónita mirada de los de la mesa de al lado. Fue en ese momento, con el sobre en el bolsillo interior de mi abrigo, que finalmente me di cuenta de lo que iba a pasar en unas pocas horas más… la mejor sensación que ninguna droga te pueda dar es, sin duda, el saberte dueño de un sueño.

Habíamos logrado lo más difícil. Seis horas antes habíamos salido a comprar un Seat 124 Sport con menos de la mitad del dinero que valía, haciendo escala en un punto fuera del trayecto para recoger el resto, que nos iba a llevar el comprador de un coche el cual nunca lo había visto en persona, y que se iba a hacer 6 horas de carretera para pagarlo, a las prisas y ya vestido de uniforme para ahorrar tiempo cuando llegara de vuelta a su destino, montarse en un autobús y conducirlo otros cientos de kilómetros.

Aún incrédulos por lo que acababa de pasar pero borrachos de expectación, hicimos la última hora de viaje hasta Illescas, donde quedamos con Mariano. Finalmente, a eso de las 11 lo vi, en persona, sólo había hasta entonces estado delante de un Sport 1600 en mi vida, en una concentración en Ourense… ahora el que estaba delante de mí iba a ser mío.

Llega el momento de sentarme en el trono...

Llega el momento de sentarme en el trono…

Todos hablaban, preguntaban, comentaban, hacían bromas mientras destapábamos la máquina de su funda, y yo no podía más que sonreír como un estúpido, sonreír y cerciorarme de que aquél era, de hecho, el coche de mi vida delante de mí. Un coche que, después de 41 años, existía para mí sólo desde hacía dos semanas, que hacía tres hubiera sido impensable poseer.

Ahora, con los ángeles del cielo tocando las trompetas y los querubines cantando el aleluya, por fin me sentaría al volante. Y cuando lo hice casi me voy por el corbatín, y no de la emoción precisamente, sino que, como el asiento estaba totalmente echado hacia delante y yo soy más bien mastodóntico, lógicamente no cabía y me golpeaba la cabeza en el techo, con lo que por un momento pensé que ¡el coche de mis sueños me quedaba pequeño! Fueron unos segundos de zozobra hasta que, al encontrar la palanca y echar el asiento hacia atrás, se volvieron a aflojar todos los esfínteres y a destensar las arrugas de la frente. Había tomado posesión.

Qué susto... pensé que no cabía.

Qué susto… pensé que no cabía.

Por segunda vez esa mañana, se firmaron papeles y intercambiaron sobres, parecíamos talmente altos funcionarios de la diputación de Valencia. Finalmente el coche salió del cochambroso garaje donde había pasado la mayor parte de los últimos 12 años, nos despedimos de Mariano, y lo condujimos hasta una avenida cercana, donde lo aparcamos al lado de la carretera, dispuestos a llamar a la grúa para que se lo llevase a Coruña. Mientras nosotros nos tomábamos la vuelta con calma y disposición de cuchipanda. Pero las cosas no siempre salen como se quiere, y todo había salido a pedir de boca hasta entonces.

El plan era llamar al seguro, que enviase a la grúa, desconectar un par de cables y con cara de tontos firmar los papeles para que el coche fuera enviado en tráiler, más tarde o más temprano a Coruña. Pero con lo que no contábamos era con el detalle de que el coche no Tenía ITV, con lo cual el de la grúa nos dijo que si queríamos, como mucho podía enviar el coche a Madrid, de donde ya lo sacaríamos nosotros previo pago de unos 400 euros de porte hasta Coruña. Bajonazo.

Nuestras opciones se reducían a dos: dejar el coche en el garaje de Mariano unas semanas más esperando a reunir el dinero del porte, o jugárnosla y llevarlo andando a Coruña. Mis compañeros de viaje, que saben de mecánica tanto como yo de beber cerveza, es decir, muchísimo, abogaban por la segunda opción después de inspeccionar el coche y darnos unas vueltas con él. Hinchamos los neumáticos, rellenamos de aceite y líquido de frenos, y nos convencimos de que merecía la pena intentarlo.

Bueno, se convencieron ellos, yo no estaba nada convencido y ya veía mi nuevo y flamante cochazo en llamas en un arcén, o volcado en una cuneta. Finalmente salimos alrededor de las cuatro y media de la tarde, por delante unos 700 kilómetros y unas 7 horas de viaje si todo salía perfecto. Y ni mucho menos salió todo perfecto.

El viaje empezó bien, pero...

El viaje empezó bien, pero…

Y eso que el comienzo prometía. Rubén y Javier delante en el Sport, yo detrás en el Golf, manteniendo una velocidad de unos 100 kilómetros por hora en las autopistas alrededor de Madrid, probándolo incluso hasta los 120 y 130. Yo iba hipnotizado por la trasera del Seat, por sus líneas bajo la luz del atardecer, no le podía quitar ojo porque mi cerebro seguía sin procesar que era mi coche, que nos lo estábamos llevando a mi garaje y mientras más lo miraba más me embelesaba.

Sin embargo, el embelesamiento duró un cuarto de hora, hasta que veo que los de delante toman una salida y se meten en un auto lavado: el coche se calienta. Voy a comprar anticongelante e intentar conseguir un destornillador y unos alicates mientras ellos se ponen a lavar el sistema con agua a presión, Javier abriendo la tapa del radiador, soplando a través de la entrada del bote de expansión, en lo que, ignorante de mí, parecía más magia que mecánica.

En la gasolinera no tenían herramientas, ni para vender ni para prestar, ni en un Lidl cercano adonde fui a ver si sonaba la flauta. Cuando volví a la gasolinera ya estaban los demás dispuestos a ponernos en marcha de nuevo, pero entre pitos y flautas había pasado ya más de una hora y el viaje se intuía largo.

Primera parada a limpiar el radiador.

Primera parada a limpiar el radiador.

Retomamos el viaje, esta vez sin pasar de 80 kph, y llegamos a los pies de Guadarrama, y en el pueblo repetimos el ritual de lavado del sistema de refrigeración con agua a presión ya que seguían los problemas de calentamiento. Aquí sí nos pudieron prestar herramientas, con lo que se pudo meter el agua a presión por todos los recovecos del sistema.

Unos litros de agua y anticongelante más tarde el coche tuvo su primera prueba de fuego: subir el puerto de Guadarrama. Yo seguía detrás, en el Golf, fijándome en las luces encendidas del Sport, pues ya había anochecido hacía rato ¡qué bonito es el condenado! Subimos a buen ritmo, sin parar, pero nada más acabar de bajar veo con preocupación cómo se vuelven a apartar a un lado de la carretera, esta vez sin gasolinera cerca. Vuelta a la magia del arcén, vuelta a tirar anticongelante y meterle más, y Javier que dice “pues tendremos que ir así”. ¿Así? ¿A 80, parando cada 20 kilómetros hasta Coruña? Y así seguimos, sólo que una o dos veces no fuimos capaces ni siquiera de hacer 20 kilómetros.

Después de subir Guadarrama, otra parada.

Después de subir Guadarrama, otra parada.

En una de las paradas, en una gasolinera, no debíamos estar a más de 100 o 120 kilómetros de Madrid, nos detuvimos a tomar un café y reponer fuerzas, llevábamos en pie unas 20 horas con un único refrigerio, hacía ya unas cuantas horas, de un bocata de tortilla toledana. Dejamos el Sport con el capó abierto y volvimos a cambiarle el agua al canario. Allí vimos cómo llegaban coches de la policía y ambulancias, alguien había atropellado a una mujer y a su perro mientras paseaban con resultado fatal para el animal.

Volvimos a la carretera con un regusto amargo, esta vez me puse a llevar yo el Sport, y limitado como iba y todo, todo el cansancio y fatiga desaparecieron y la sonrisa iluminó mi cara haciéndome olvidar el asunto del atropello una vez me puse a los mandos… durante unos 20 kilómetros, claro. Esta vez, al salir de la autovía hacia la gasolinera, detecté que una de las ruedas estaba bloqueada parcialmente, cuestión de frenos agarrotados. Más agua, más soplidos por la tapa de la botella de expansión, más física que por desconocida me parecía puro artificio y genialidad, aunque sólo nos llevara a 20 kilómetros de distancia.

Y así seguimos, ahora las gasolineras empezaban a estar cerradas, ya era tarde, el frío y la niebla lo envolvían todo, parábamos buscando una luz solitaria, de cualquier casa, que nos permitiera ver para seguir con los rituales de vida. Dentro del coche, el calor era insoportable, con la calefacción a tope, había que bajar las ventanillas para poder respirar… qué contraste con por la mañana y el frío que pasamos en el Golf por el maldito termostato.

El termostato, ¡el termostato! Cerca de Benavente los brujos del automóvil decidieron anular el termostato del Sport a ver si así mejoraba. La gasolinera era grande, estaba abierta, e incluso tenía a la venta destornilladores y alicates. Armados con estas herramientas y una navaja “recuerdo de Galicia” con tenedor incorporado, sacamos los manguitos, el termostato, y conseguimos anularlo. Un conductor de grúa se acercó cuando Rubén y Javier estaban en mitad de faena –yo en todas estas cosas contribuía alumbrando con la luz de mi móvil y yendo a buscar agua- a admirar el coche y contarnos cómo él había tenido dos y los había tirado al desguace, que de haber sabido entonces lo que se cotizan ahora, y bla bla bla.

También había tenido algún incunable Alfa Romeo, el Mercedes de Hitler, el coche de los Picapiedra, y el de la Pantera Rosa Mk 1 y todos había tirado sin sospechar que en algún futuro fuera a haber gente capaz de apreciarlos, locos que se tiran a la carretera venciendo al frío y al sueño y a los duendecillos que habitan en los radiadores para ir a rescatarlos.

Terminada la capa del termostato, nos pusimos en marcha con más optimismo que hasta ese momento, pensando que la situación de la temperatura mejoraría. La siguiente etapa probaría el aguante del coche, la subida al puerto del Manzanal, en León. Esta vez conducía Javier, y yo mantenía la linternilla del móvil enfocando la aguja de la temperatura del agua, ya que, por ley de Murphy, era la única luz en todo el salpicadero que no funcionaba.

Dichoso sistema de refrigeración líquida...

Dichoso sistema de refrigeración líquida…

No llegamos ni a subir el puerto, teniendo que parar otra vez, esta vez adentrándonos un par de kilómetros en una carretera secundaria tras salir de la autovía, al lado de una pequeña estación de servicio plantada en el medio de la nada, una isla en un mar de niebla, sin ni siquiera una luz que alumbrase nuestras miserias y nuestros desvelos. Ya debía ser la una y media, casi 24 horas desde la partida, y por primera vez escuché a los gurús mostrar contrariedad y apagarse su optimismo.

No entendían por qué el coche seguía calentándose ahora que no funcionaba el termostato y con el frío que reinaba en la noche. Decidimos subir el Manzanal por la nacional, ya que por autovía no hay salidas en demasiados kilómetros y, de tener que volver a parar a un lado de la carretera, sería mejor en una sin apenas tráfico. Volví al Golf, a rodar detrás de las hipnóticas luces del Sport, más hipnóticas si cabe por el halo que formaba la densa niebla a su alrededor… me estaba quedando dormido, con la calefacción a una temperatura decente, el ronroneo de la radio, sin la tensión de tener que mirar constantemente la temperatura del coche, yendo sólo sin Javier hablándome o bromeando al lado, y las luces, esas luces traseras que ya no distinguía si eran reales o ensoñación. En éstas llegamos a La Bañeza, y me di cuenta de que habíamos avanzado muchos más de 20 o 30 kilómetros esta vez.

De nuevo a hacer un flushing del circuito.

De nuevo a hacer un flushing del circuito.

Sin embargo, allí estábamos, en una gasolinera que milagrosamente tenía también auto lavado, repitiendo el ritual de lavado a presión del circuito, que estas alturas más que magia me parecía un burdo truco de trilero para engañar a los viandantes y sacarles los cuartos… estuvo a punto de poderme la desesperación y el cansancio, a las 3 de la mañana, casi a 300 kilómetros de casa todavía, estuve a punto de rendirme, de decirle a mis compañeros de viaje que era mejor abandonar, juntar nuestro dinero y buscarnos un hotel, que mañana sería otro día…

Pero mientras pensaba esto los veía allí a los dos, Rubén y Javier, volviendo a sacar los manguitos, volviendo a rebuscar los bolsillos en busca de monedas que echarle a la máquina de lavado, peleándose con abrazaderas y tornillos… así que me tomé una coca-cola, apreté el culete y me callé la boquita, no sería el primero en tirar la toalla. Hacía un frío de cuatro pares, volví al Sport con Javier, que conducía, y Rubén nos seguía en el Golf.

El coche no daba muestras de calentarse, la aguja por primera vez no llegaba a los 90 grados del centro del reloj. Pasamos Astorga, la aguja no se movía del sitio y el coche no se calentaba, aunque por precaución seguíamos sin pasar de 90 por hora. De ahí a un rato llegó la crisis de Javier, crisis de sueño, que no de ánimo, y después de un bandazo o dos, decidimos parar y me volví a poner al volante.

Cuando Javier por fin se durmió orienté hacia él el aireador de la calefacción del lado del conductor además del de su lado, así que se despertó de ahí a una media hora con la sensación de haberse quedado dormido dentro de un volcán. Pequeñas bromas incluso siendo engullidos por el más absoluto agotamiento. Seguimos casi sin novedad hasta Villafranca del Bierzo, la tirada más larga que habíamos hecho hasta entonces, ni más ni menos que 110 kilómetros.

Aunque el coche no se calentaba como al principio, sí que la aguja volvía a asomarse por encima de los 90 grados, y venía el puerto de Piedrafita, más de 20 kilómetros sin salidas de la autovía y con tramos en obras con un carril cortado, peligroso quedarse tirado. En Villafranca fue Rubén el que tuvo una pequeña crisis de fe, comprensible después de 24 horas en la carretera. Abogaba por llamar a la grúa del seguro por días que tenía contratado para el Sport, la cual posiblemente nos llevaría el coche hasta A Coruña a los pocos días. Pero Javier y yo votamos por echar el resto, volcarlo todo e intentar llegar del tirón. Quedaban 181 kilómetros y eran más de las 4 de la mañana.

En los túneles de Piedrafita.

En los túneles de Piedrafita.

Nuevamente al volante del Sport, el coche subió Piedrafita sin problemas y a buen ritmo. En las bajadas lo lanzaba y quitaba la marcha para intentar ayudar a que la temperatura bajase, y era evidente que el coche iba levemente frenado, pues perdía velocidad e inercia muy pronto. Javier, nuevamente despierto, grabó un vídeo haciendo tonterías y hablando de la jornada; ahora lo veo y veo mis ojos a punto de cerrarse del cansancio y me espanto, pero en aquel momento me sentía la persona más despierta del mundo, una vez pasada la crisis de La Bañeza.

El Sport devoraba los kilómetros sin apenas calentarse, aunque ya hacia el final del viaje parecía que también él estaba cansado por la larga jornada y la aguja volvía a querer desmadrarse, aunque nuca como al principio del viaje. Se estaba portando como un jabato: 700 kilómetros en 14 horas cojeando, muy posiblemente más que en los últimos 12 años juntos.

Finalmente, a las 6.30 de la mañana, con frío y niebla como cuando salimos 27 horas antes, llegamos a nuestro destino. Nos abrazamos con los ojos a medio cerrarse e intercambiamos muy pocas palabras antes de despedirnos. No sabía si darles las gracias a mis amigos o pedirles perdón por robarles tiempo con sus familias, sueño y descanso para afrontar el lunes sus trabajos y sus vidas.

Y ahora mi Sport descansa a la espera de una nueva vida en el garaje de Javier, de donde lo sacaré una vez esté puesto a punto y lo usaré para lo que fue creado, para devorar kilómetros de carretera y tragar litros de gasolina, orgulloso de poder disfrutar de una máquina tan bella, de un trocito de historia del automovilismo español. Y sí, ya he podido dormir y recuperarme de todos los desvelos que esta aventura me ha acarreado, sin necesidad ya de soñar con un Seat 124 Sport 1600 porque he tenido la suerte de hacerme con uno, de 1971, de color amarillo man´o´war.

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Comentarios (10)

  1. Responder

    Aunque lo viví en primera persona, lo hice desde un papel secundario. Sin embargo, sí he tenido esas sensaciones en mi cuerpo, tres veces ya. La última con la compra del SM, que fue en gran medida por tu culpa, Miguel.

    Me alegro de que hayas cumplido tu sueño y de haber ayudado un poco a que así haya sido. Ahora a disfrutarlo mucho, tanto mientras lo conduces como mientras vas terminando el rompecabezas.

    Un fuerte abrazo.

  2. José Miguel Sanz

    Responder

    Muchas gracias por el relato y mi enhorabuena a todos los implicados. Una bonita historia de amistad y pasion por los coches.

    También un saludo especial al dueño del blog que lo estoy siguiendo hace unos meses y me está contagiando algo del gusto, aunque sea algo pasivo, por los coches y su historia.

    • Rubén Fidalgo

      Responder

      Hola José Miguel Sanz, muchas gracias por seguirme y por tu comentario. Me alegro de haberte “enganchado”. Un saludo.

  3. javier torrescasana

    Responder

    holaaa…..no se que decir ,es una historia realmente bonita ,me a encantado colaborar ,y no a acabado si no que realmente acaba de empezar ,tenemos trabajo ,trabajo precioso poner a punto este sport y ver a miguel cumplir su sueño ,muchas gracias RUBEN Y MIGUEL , sin vosotros no se hubiera podido hacer da gusto ver amigos entregados ,un abrazoooo fuerteeeee

  4. Miguel A. Martinez

    Responder

    Hoy por fin he leido (por etapas tambien) a lo largo del dia el relato. Pense que hoy te veria Miguel, tal y como te comente esta manana en Lugo en la miniconcentracion gallega del Club Nacional 124 en Galicia, pero ya me dices que a) no estabas al tanto y b) que el sport aun necesita unos ultimos mimos para poder rodar bien con el. Me queda el consuelo de que seguramente nos podamos ver en Vigo (salon) o como muy tarde en la Ribeira Sacra de nuevo….por cierto, convence a Ruben…..que tengo ganas de volver a ver un SM y seguro que seria una de las estrellas de la concentracion. Anotad la fecha, 30 de abril, ruta Sober-Monforte por pleno canon del Sil….abrazos

    • Rubén Fidalgo

      Responder

      El SM hasta febrero no creo que salga del taller… y lo sacaré muy poco para ahorrar todo lo que pueda y recuperarme de la factura…

    • Miguel Fernández Garrido

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      Hola Miguel, yo estoy un poco como Rubén, aunque con el bolsillo un poco -bastante mucho- menos dolorido, con la incertidumbre de si podrá estar listo el coche y cuándo, pero ten la seguridad de que si está listo lo llevaré a Ribeira Sacra. Rubén si tiene un hueco puede venir conmigo, ya que este coche ha “sucedido” en gran medida gracias a él. Llevo sin faltar desde la segunda, y me encantan las rutas que os curráis por esas tierras, con paisajes de ensueño y carreteras ideales para nuestros coches, además de la compañía y el ambiente en gerneral del evento. Y si no, siempre me quedará el Renault 12!

  5. Jarripote

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    Mi ex-Sport 1600 ……De mecánica estaba muy muy original, le sonaba el grupo cónico al soltar gas, le puse otro 10/43 de otro Sport 1600 y al revés sonaba al ir tirando el motor. En el maletero dejé el que quité y un bloque motor.

  6. R1430

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    Precioso 124 sport, se me escapo, ya que mas de una vez vi el anuncio y estuve tentado de ir a verlo para hacerme con el. Me alegro que se fuese para el norte y que lo disfrutes mucho, saludos!!

  7. Celso

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    Un relato que da gusto leerlo (aunque sea casi 7 meses después). Da gusto que haya gente a la que le gusten los coches antiguos y sean capaces de recuperarlos.

    Un saludo a todos y en especial a Rubén,

    Celso

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