En la historia de hoy de «Triumph TR4 IRS de 1966 un clásico a prueba» haré un repaso ligero sobre la peculiar idiosincrasia de la industria automovilística del Reino Unido para entender un poco mejor el sentido de un automóvil con un concepto tan clásico como el de este roadster.
Pocas industrias automovilísticas han padecido tanto como la británica, que pasó de ser uno de los países más prolíficos en cuanto a marcas a no tener ninguna propia. Ni tan siquiera iconos como Rolls Royce o Mini se han librado de caer en «manos del enemigo». Si Churchil supiese que todos sus esfuerzos para evitar que los alemanes se hiciesen con su país iban a acabar con dos de sus compañías más emblemáticas en manos de los que fabricaban los motores de los aviones que bombardearon Londres…
El caso es que las compañías que no han acabado en manos de terceros, simplemente han desaparecido. Afortunadamente esto tiene su punto bueno, y es que en esas islas, todavía hay artesanos que se dedican a fabricar automóviles con el regusto incomparable de la tradición más arraigada, al fin y al cabo, nadie hace roadsters como los ingleses, para lo bueno y para lo malo. Gracias a ello podemos disfrutar de marcas como Caterham o Noble, capaces de hacer verdaderos coches para conducir.
Aunque la compañía Triumph aún sobrevive, en 1984 dio carpetazo a su división automovilística, cambiando de razón social por motivos económicos a partir de esa fecha y rebautizada como Triumph Motorcycles, por lo que puede presumir de ser una de las fábricas de motos más antiguas del mundo, ya que Triumph fue fundada en 1885, si bien es cierto que su principal actividad por aquel entonces eran las bicicletas… sin motor.
Hay cientos de libros y tratados de economía sobre por qué una de las industrias más potentes de la automoción y en uno de los países con más tradición y pasión por el coche se esfumó de la noche a la mañana. Para mí, hay dos razones que desencadenaron este final:
- Son una isla.
- Margaret Thatcher, y esto es una mera opinión personal.
El hecho de ser una isla, por mucho que hayan avanzado las telecomunicaciones, provocó algo similar a lo que Darwin describe en su teoría sobre el origen de las especies y los galápagos de la isla con idéntico nombre, o que aún existan animales como el koala (el australiano, no el cantante, por llamarlo algo). Mientras te conformes con vivir en tu isla, todo va bien, pero si pretendes salir de ella y no te adaptas a lo que hay fuera, los depredadores acaban contigo.
A los coches ingleses les pasó algo parecido. Si se hubiesen conformado con ser algo pequeño (como los artesanos que aún sobreviven, o Morgan, por ejemplo), todo iría de maravilla. Pero crecieron demasiado para intentar vender fuera de su mercado sin adaptarse a lo que los demás clientes demandaban, sus ventas globales no eran lo suficientemente consistentes como para mantener en pie las enormes infraestructuras en las que se metieron, en otras palabras, se encontraron con otros depredadores fuera de su isla, pero además, con uno en su propia casa, Margaret Thatcher.
Triumph TR4 IRS de 1966 un clásico a prueba: el concepto
Mientras en el resto del mundo la gente demandaba coches prácticos, aburridas berlinas eficaces y, poco a poco, cada vez más anodinas, en el Reino Unido seguía viva la pasión por los descapotables clásicos con ciertas cualidades deportivas y en los que la única compañía que deseas es la del viento y la de tu pareja. La suegra y los niños en casa, así que sólo 2 asientos. Es la definición de lo que se suele denominar un «roadster» puro, y en eso los británicos no tenían rival.
Por un lado su clima anima a conducir descapotado. Sí, ya sé que diréis que qué pinta un descapotable en un país conocido por sus días de lluvia, pero os puedo asegurar que es infinitamente más incómodo conducir un descapotable bajo un sol de justicia por la meseta castellana o en el sur de la península que en medio de un aguacero.
Por otra parte, de lo que se trata es de disfrutar conduciendo, no de presumir de bronceado. Disfrutar conduciendo, qué gran concepto y qué poco claro. Hay tantas definiciones como conductores, pero en esencia, una cosa es conducir y otra que desplazarse de un lugar a otro, que es lo que la mayoría de los conductores confunden.
Tampoco se trata de ser el más rápido en un tramo, eso es otra cosa y se llama competición. Estoy seguro de que un Seat Mii de 65 CV es capaz de barrer al Triumph TR4 en cada curva en velocidad pura, pero no disfrute, se trata de sensaciones, algo intangible y no medible.
Por este motivo, los roadster británicos no eran nada refinados tecnológicamente y aunque el Triumpg TR4 A se introdujeron mejoras considerables como el eje trasero de suspensión independiente (de ahí lo de IRS, independent rear suspension), básicamente se trataba de un coche de preguerra con las líneas puestas al día por Michelotti: un bastidor en X, una carrocería atornillada a éste, un motor de fundición sin ninguna sofisticación en el que los CV se consiguen a base de cilindrada.
En el fondo no hace falta más que eso, una carrocería bonita para disfrutarlo mientras te tomas un picnic a la sombra de un castaño antes de seguir camino, un sonido agradable en las orejas y un tacto divertido que te haga sonreír durante todo el camino sin ir batiendo récords.
Triumph TR4 IRS de 1966 un clásico a prueba: la saga TR
Las siglas TR nacen para denominar a los sucesores de los Triumph Roadster de la posguerra. En 1950 se presenta el TR1, un concept que serviría como base para el desarrollo del primer TR que realmente se comercializó, el TR2, que se produjo de 1953 a 1955.
En 1956 se presenta el Trimph TR3, de mayores dimensiones y estética más poderosa, pero básicamente con la misma mecánica de gasolina de 2 litros. En 1958 llega una evolución con el TR3 A en el que hace una ligera puesta al día del modelo hasta que en 1961 se presenta el Triumph TR4, con una estética mucho más moderna y el motor de casi 2,2 litros de cilindrada que entregaba 104 CV. En 1965 se presenta el TR4 A, una versión mejorada con la posibilidad de montar el eje trasero de suspensión independiente, algo que solicitaron el 75% de los clientes.
Una de las características del Triumph TR4 era que existía la posibilidad de equiparlo con una luneta trasera fija, de tipo panorámico, montada en un armazón de aluminio, un estilo que Porsche copiaría más adelante y que se daría a conocer como Targa, pero que en estos TR4 se denominaba «Backlight».
El TR4 se mantuvo en producción hasta 1967, siendo relevado por el Triumph TR5 a modo de puente hacia su sucesor, el TR6. La mayor aportación del TR5 respecto al TR4A fue la incorporación del nuevo motor 2.5 de 6 cilindros en línea y 145 CV. Solo se produjo hasta 1968. Para el mercado americano se empleaba un sistema de inyección de gasolina que hacía que el modelo se llamase TR250, siendo uno de los primeros coches ingleses con inyección. En 1968 sale a la venta el TR6 (también de diseño Michelotti) con un notable éxito comercial que lo mantuvo vivo hasta 1975, año en el que se presentó el TR7, de diseño revolucionario, pero que abandonaba el concepto de roadster, lo cual supuso cierto fracaso comercial, manteniéndose con respiración asistida hasta 1981 pese a contar con versiones de motor V8 (denominadas TR8).
La compañía sobrevivió apenas 3 años más con el Triumph Acclaim, en realidad un Honda Ballade.
Triumph TR4 IRS de 1966 un clásico a prueba: un roadster en venta
Después de esta introducción sobre el modelo y sus idiosincrasias, vamos a lo más ameno que es probar y saber qué se siente cuando uno conduce uno de estos míticos roadster británicos.
El ejemplar de la prueba de hoy corresponde al año 1966 y ha sido sometido a una profunda restauración en la cual se ha querido dar un aspecto más racing al modelo. Pese a que lo normal en los coches ingleses de carreras era que se utilizase el clásico «Green British Racing», se fabricaron algunas unidades de competición sobre la base del TR4 en un característico tono azul denominado «Powder Blue» que es el elegido por su actual propietario a la hora de rehacer el coche, para lo cual se desmanteló por completo la carrocería y el bastidor, como puedes ver en las fotos de la galería.
Además del color azul celeste, se instaló el «backlight» trasero, una batería de faros Lucas de la época y se eliminaron las defensas. El resultado es muy atractivo y el TR4 tiene un aspecto realmente fantástico con ese look.
La cúpula trasera lleva un pequeño techo de lona de emergencia que es poco menos que un paraguas sujeto al marco del parabrisas y la luneta trasera, pero cumple su función y, a diferencia de modelos como el Morgan, el TR4 dispone de ventanillas descendentes con manivela en lugar de fijas-desmontables.
El interior continúa esa imagen de competición con los asientos envolventes con arneses de 4 puntos, la luz de mapas y una completa instrumentación para mantener la mecánica bajo control, conservando el característico volante de radios de alambres típicos de los roadster británicos de la época, muy bonitos pero de aspecto frágil, aunque afortunadamente la dirección no es muy pesada pese al enorme motor de 4 cilindros de fundición que reposa sobre el eje delantero.
Personalmente me encanta la vista frontal, con esas viseras que forma el capó sobre los faros y el precioso logotipo con la esfera del mundo subrayado por el nombre de la marca, tiene un diseño muy personal e inconfundible. La parte trasera ya es algo más vista, similar a la de otros modelos de la época, con las aletas y pilotos terminando en pico.
Tras un rato en el asiento del copiloto mientras Oswaldo me va contando la historia de este ejemplar, me voy dando cuenta del enorme calor que desprende la mecánica en la zona de los pies, algo que me recuerda bastante a lo que me sucedió en la prueba del Jaguar XK140 SE, menos mal que el coche es descapotable y corre una agradable brisa marina pese al sol que brilla.
Una vez fuera de la ciudad y tras la sesión de fotos, Oswaldo me ofrece asumir los mandos de su TR4 IRS. Una de las rarezas de esta unidad es que es un ejemplar con el volante continental (a la izquierda) pues fue importado de los EE.UU., por lo cual también lleva los pilotos traseros rojos.
El motor enciende al mínimo toque y las marchas entran rotundamente pero sin chasquidos, se nota que el mando es directo, con poco recorrido. Aunque existía la opción de equiparlo con sobremarcha (overdrive) sobre la tercera y la cuarta, este ejemplar carece de él, por lo que sólo tenemos 4 relaciones de cambio.
Nada más iniciar la marcha te sorprende el enorme empuje del motor que aunque no es muy potente, con una cilindrada de 2.138 cm3 destaca más por su enorme par que por los CV. Además de ser un motor pesado y con una carrera larga, su culata con el puerto de admisión y el de escape por el mismo lado hace que no respire muy bien en alta, de modo que no merece la pena ir más allá de las 3.500 rpm, se conduce prácticamente como un diésel, pero con un sonido mucho más agradable saliendo de las dos colas de escape y sin malos humos.
La dirección es muy precisa y tiene bastante retorno al centro, por lo que conviene llevar el volante bien sujeto en las curvas. Menos mal que tiene bastante diámetro, aunque esto hace que para un tipo de mi talla no sobre el espacio en el cockpit.
Llega la primera curva y se agradece el tacto de los frenos y de la caja de cambios. Pese al eje trasero independiente, el TR4 A tiene una zaga bastante juguetona y que no se lleva muy bien con los baches o badenes en pleno apoyo. No es para nada peligroso, pero sí notas en el culo (vas sentado prácticamente sobre él) sus intenciones.
Gracias lo percherones que son sus caballos es un coche con el que puedes disfrutar a ritmo tranquilo, circulando en cuarta con el motor apenas a ralentí disfrutando del paisaje, pero con un chasis ágil que hace que te puedas divertir mucho y que te obliga a trabajar (si quieres) y a mantenerte concentrado en la conducción.
El paisaje tiene un aspecto completamente distinto a bordo de este coche, sentado a un palmo del suelo y con un parabrisas en el que el precioso azul celeste del capó delantero casi se funde con el horizonte.
Mecánicamente la sencillez de estos roadster británicos tiene dos enormes ventajas: son duros como piedras y cualquier herrero es capaz de repararlos. Además, aunque sus enormes fábricas están muertas, en el Reino Unido hay tal afición por sus clásicos que es fácil encontrar repuestos a unos precios irrisorios y de buena calidad, lo cual es toda una satisfacción, porque no hay nada peor que no disfrutar de un coche clásico porque te falte o una pieza o por temor a romper algo difícil de encontrar.
Este TR4 IRS está en venta por un precio muy justo teniendo en cuenta su estado y que se ha restaurado a conciencia hace poco tiempo, lo que garantiza muchos años de disfrute sin problemas. Si estás interesado, ponte en contacto con Oswaldo en el 636 978 283.
De nuevo me vuelvo a casa en una ultra eficaz berlina moderna. Curiosamente de una de esas marcas de abolengo británico que ahora está en manos de otra compañía. Sí, es mucho más cómodo, gasta menos, no hay ruidos dentro y se ha «globalizado«. Me hace gracia esa palabra, «globalización», puede que muchos lo interpreten como que es algo que cubre un amplio espectro de necesidades y gustos, pero la verdad es que yo la entiendo en el sentido de «globo», algo que crece y crece y que tiende a tener la misma forma siempre, ya que un gas se expande en todas las direcciones por igual. Soy capaz de distinguir las formas del TR4 desde varios metros de distancia aparcado entre cientos de coches. La mayoría de los modelos actuales son como un globo en medio de otros globos, sólo los distingues por los colores, o porque uno tiene la forma de Bob Esponja… ¡¡¡qué original y elegante!!!.
[ngg src=»galleries» ids=»28″ display=»basic_thumbnail»]
vladimir saez
vladimir saez
Rubén Fidalgo
José hornillos
Rubén Fidalgo
VICTOR POLO