Tal vez sea uno de los coches que uno menos asociaría a un personaje como James Bond, pero lo cierto es que el Mini Moke suplantó al mítico Aston Martin en varias escenas de “Vive y deja morir” con Roger Moore encarnando al famoso agente del Mi6.
Por sus formas y su simplicidad absoluta, se puede considerar al Mini Moke el Jeep más coqueto, aunque sin tracción total. La gente del grupo Rover ya se había inspirado en su día en el Jeep para el diseño del Land Rover original tras la Segunda Guerra Mundial. En aquel proyecto se trataba de dar un uso civil al vehículo militar.
El Mini Moke nació a la inversa. La idea inicial en 1959 era darle un uso militar a uno de los coches más “civiles” del momento, el mítico Mini diseñado por Sir Alec Isigonis. Aunque en su diseño se inspiraron en el Jeep y eliminaron todo lo prescindible del Mini para lograr un vehículo ligero, sencillo de transportar (el proyecto era el de un vehículo de transporte para lanzar con paracaídas desde un avión) y fiable, sus pequeñas ruedas y su escasa altura libre al suelo lo hacían vulnerable fuera del asfalto, por lo que fue desechado para tal fin. Aun así el proyecto no cayó en saco roto y rápidamente se buscó una forma de rentabilizarlo.
En 1964, afortunadamente las heridas de guerra ya habían cicatrizado y ahora de lo que se trataba era de darle un carácter más lúdico al Mini. ¿Para qué podría valer un Mini sin techo, más espartano que Leónidas pero de aspecto simpático?…
En un principio se pensó darle una utilidad similar a la del Land Rover, para los agricultores y granjeros, pero al ser homologado como turismo, los elevados impuestos de matriculación aumentaron su precio final. Arrastrado por la fama de su origen, el Mini, el Moke también acabó por convertirse más en un juguete de una clase acomodada que en un vehículo barato y básico para desplazarse.
Aunque rápidamente se convirtió en un modelo “de culto”, el Mini Moke jamás llegó a alcanzar las cifras de ventas del Mini, pero eso no significa que fuese un fracaso, es más, la idea cuajó en otros mercados y el Mini Moke se llegó a fabricar en Portugal y en Australia.
Su reducido tamaño y su ridículo peso lo convirtieron en el coche ideal para los turistas en las islas tropicales, de hecho, fue el primer vehículo a motor en pisar el suelo de la isla de Pitcairn (en la Polinesia), pero su mayor difusión está en zonas más turísticas como las Seychelles.
Mini Moke: el hijo del Mini y el Jeep
Aunque el lanzamiento comercial del Moke fue en 1964, su desarrollo corrió casi en paralelo con el del Mini, que se presentó en 1959. Ténicamente no hay diferencia alguna entre el famoso utilitario y el Moke:
- Mismo motor delantero transversal con la caja de cambios en el cárter para hacerlo lo más compacto posible.
- Mismo sistema de suspensión por conos de goma.
- Mismo sistema de frenos con 4 pequeños tambores.
- Mismas ruedas, prácticamente de carretilla de sólo 10 pulgadas de diámetro.
Lo único que cambia es el cascarón que envuelve todo esto, completamente diferente (sólo los faros principales son los mismos que los del Mini) entre ambos. En lugar de formas redondeadas, con las aletas integradas y cubriendo los pasos de rueda, en el Moke predominan las rectas, con enormes huecos en los pasos de rueda para evitar la acumulación del barro y facilitar el acceso a la mecánica, que en el Mini original es una auténtica pesadilla, salvo que tu mecánico sea un Hobbit.
Una plataforma plana, con pontones laterales huecos en los que poder albergar la batería, el depósito de combustible, herramientas y otros objetos, un parabrisas plano -abatible y desmontable- 4 plazas y un paraguas, eso es todo.
Al igual que el Land Rover, el Mini Moke se puede lavar por dentro de un manguerazo, aunque conviene evitar salpicar demasiado el único reloj de su instrumentación y las partes eléctricas de la columna de dirección, con el mando de las luces y la llave de contacto.
El Mini Moke se mantuvo en producción hasta 1993. Como todos los clásicos, ha vivido sus años de purgatorio, pero desde hace apenas 5 años se ha vuelto a despertar bastante pasión por ellos y están siendo bastante cotizados, por lo que es difícil encontrar a día de hoy unidades en buen estado por debajo de los 10.000 euros.
El Mini Moke 850 de 1964
El Mini Moke que puedes ver en las imágenes es uno de los primeros fabricados en el Reino Unido en 1964. Ha sido restaurado en su país de origen manteniendo una total fidelidad con el origen del coche. Nada de sobre restauraciones. No hay cromados donde no los había, nada de pinturas metalizadas ni acabados de calidad. No es que esté pintado a brocha, simplemente está como estuvo en 1964 cuando salió de la línea de producción. Tan solo las llantas con más bombeo y los palieres delanteros con juntas homocinéticas en lugar de cardan son algo más modernas que el Moke, pero ambas son modificaciones bastante extendidas y populares en la época, por lo que no desentonan en absoluto.
Con su motor original de 850 cc, el Moke se mueve con un desparpajo que sorprende, aunque no debería ser así, pues tiene que mover poco más de 500 kg, y con una rueda tan pequeña tampoco hay grandes inercias al avance. Ademas, como no tenemos puertas y vamos sentados a un palmo del suelo, la sensación de velocidad que transmite es mucho mayor, de hecho, es casi como ir sentado en una moto, pero con 4 ruedas.
Estéticamente me gusta su frontal, con unos faros que parecen enormes y una rejilla para refrigerar la mecánica que parecen una cara sonriendo. La vista trasera me recuerda a otros modelos como el Citroën Mehari o el propio Land Rover y donde es absolutamente único es al verlo lateralmente.
Si le desmontas el parabrisas (que lleva 20 segundos) parece una especie de chalana con ruedas y un volante.
La capota tiene un arquillado de lo más básico. Prácticamente es como extender una tienda de campaña canadiense sobre el pequeño Moke. Con ella puesta, su aspecto pierde toda la gracia y se parece más a un carro de golf que a un coche de verdad.
El interior es lo más simple que uno se pueda imaginar, tampoco hace falta nada más, hasta una radio sería un elemento absurdo en un coche en el que el aire entra por todas partes.
En medio de esta sencillez me llama la atención el extremo de la palanca de los intermitentes, con una pequeña luz que sirve como testigo de que los llevamos encendidos, muy original y práctico.
El capó delantero abre y deja un buen espacio para revisar la mecánica y, al igual que el parabrisas, se puede sacar en apenas medio minuto. El aspecto del motor es impecable y llama la atención encontrarse un pulsador de puesta en marcha directamente sobre el motor de arranque, de modo que puedes encender el motor mientras lo estás revisando. Algo práctico cuando uno está solo arreglando el coche, pero conviene asegurarse de que no tienes una marcha metida si no quieres atropellarte a ti mismo.
La postura de conducción es como la de un mini, con los pedales desplazados hacia el centro del coche para librar el paso de rueda y un volante como el de un autobús, casi horizontal. Esto, junto con los asientos de acero y una pequeña colchoneta de 5 cm de espesor y la suspensión de tacos de goma con un recorrido mínimo hacen que no sea uno de los coches más confortables del mundo, precisamente. De hecho, es prácticamente la antítesis de su gran rival, el Citroën Mehari, en este aspecto.
De todos modos, sarna con gusto no pica, y el comportamiento del Mini enamora, con una respuesta casi de Kart que en el Moke es aún más similar al ir completamente “al aire”. En medio del tráfico hay que convivir con los tubos de escape de los autobuses y camiones a la altura de los ojos y las miradas por encima del cogote de cualquier conductor de un utilitario, no digamos ya desde un SUV, al que podríamos cambiar el aceite del diferencial sentados en el Moke.
Está un precioso día de verano por los alrededores de Vigo y es una gozada salir fuera del tráfico y circular por las carreteras cercanas a la costa, disfrutando del olor a mar y de la sensación de velocidad mientras circulamos por debajo de los límites legales, disfrutando sin miedo a que nos fotografíen desde una cuneta, aunque la gente sí saca el móvil para grabar “ese coche tan raro”.
A la hora de parar el coche no hay problema. Aunque tenemos cuatro tambores del tamaño de un tazón de cereales, como apenas hay peso ni inercia que vencer, siempre logramos detenernos.
Me llama la atención el ingenio de Isigonis. El coche es sencillo al máximo, pero está lleno de detalles prácticos. Desde las sencillas gomas que sujetan el parabrisas hasta los tambuchos de los pontones laterales que tienen una capacidad mayor de lo que pueda parecer y que se abren dando un cuarto de vuelta con un penique a los tornillos de bayoneta que los fijan.
Otro detalle llamativo son las alfombras de goma con forma de tramex, que dan la sensación de ir sobre la sentina de un barco. Probablemente si los pontones laterales fuesen estancos, con poco más podría flotar en el agua.
El paseo con este clásico ha sido corto pero me ha dejado un buen sabor de boca. Como coche de colección es interesante por la revalorización que está padeciendo y porque encontrar recambios para él es sencillísimo, además de que su mecánica es apta para neófitos. Ojo con los precios y con el estado de la carrocería. No tiene zonas donde acumular demasiado óxido, pero como suelen ser utilizados como coches “playeros” suelen haber sufrido bastante el efecto de la salitre del mar.
De vuelta a casa voy pensando en lo que ha cambiado el concepto de coche para disfrutar de las vacaciones. Potentes deportivos, descapotables… SUV… en el Mini Moke se puede disfrutar a tope del sol, de la brisa, de sentir el coche mientras conduces. Puede llevar a 4 pasajeros con espacio de sobra, lo puedes aparcar en el pasillo de casa e incluso tirarte en paracaídas con él. ¿Quién da más? Pregúntale a James Bond.
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Lorenzo
Rubén Fidalgo
daniel m
Ruben Fidalgo
Carmelo Rosales Romero